LA VIDA SIGUE.
Normalmente, sale a correr cuando el
calor aprieta menos. Estos días largos de sol, permiten salidas a últimas horas
de la tarde. El recorrido es rutinario, sabe que aquellos kilómetros cada dos o
tres veces en semana le enfrenta a un yo meditativo y calmado. Es un recorrido
corto aunque con desnivel, su edad tampoco le permite más, mas vale regularidad
a poca intensidad que demasiada intensidad en poco tiempo. Su cuerpo cansado sale
del letargo lentamente y tras las primeras
zancadas, pide no seguir. Los lentos y flojos músculos, tendones y
articulaciones pretenden resistirse al movimiento obligado que su mente quiere
imponer. ¿Para qué continuar?, solo les esperaba cansancio, agotamiento y
seguramente dolor.
Aquella noche, todo eran prisas.
Muchas caras que no conocía. Ruidos violentos y extraños para una mente
desorientada. Esas personas hablaban pero no llegaba a entender que decían.
Solo recordaba el cuerpo húmedo por una llovizna gélida, continua y cargada de
pequeños brillos bajo la luz de las farolas. No estaba dormido. Su pensamiento
muy vivo intentaba ensamblar todo aquello. Quería darle forma y encajar las
piezas para entender que pasaba. ¿Dónde están las personas que conozco? ¿Quién
son toda esta gente? Y sobre todo… este dolor, ¡de dónde… !.
Al poco de iniciar el recorrido, la
cosa se pone seria. Una larga subida de un par de kilómetros hacen disminuir un
ritmo, que aunque no muy apretado, notaba su desaceleración. No pretendía batir
ningún récord, la lucha era consigo mismo. No pretendía competir, acortar
tiempos, disminuir el ritmo medio, alargar distancias, solo quería conectar
cuerpo con mente en una misma cosa. Camino, aunque concurrido por tráfico, si
deja que el silencio entre los esporádicos vehículos te envuelva. La parte de
paraje rural al borde de los olivos facilita percibir abruptamente su cuerpo.
En el transcurso de esos pocos minutos,
al pasar por aquel paisaje, el mundo se hacía más pequeño, ¡podía controlarlo!,
por lo menos… eso quería pensar. Sus hijos, acabado el periodo de formación,
estaban pendientes de un trabajo al que siempre se aspira, pero nunca llega.
Trabajos esporádicos y mal remunerados, no les permiten una vida independiente
y autónoma. Esperan la eterna oportunidad de un mercado de trabajo oportunista,
viciado y sin escrúpulos. Su mujer, aporta a casa todo lo que puede. Cerró el
negocio de sus sueños. Los tiempos cambiaron para negarle continuos préstamos y
las deudas hicieron el resto. Los trabajos discontinuos en lo que sea, hoteles,
escobas y fregonas, cuidado de personas mayores y la casa, asfixian un ánimo
que por la edad apetece enroscarse y dejarse llevar. El mundo es lo que es.
Cuando necesitamos aferrarnos a lo que tenemos y a lo que somos vemos en el
pasado la oportunidad de conseguir un futuro. Aquellos meses, convaleciente en
una silla de ruedas terminaron tras aferrarse a un pasado lejano de
oportunidades, ambiciones y esperanzas. No hay futuro sin pasado. Tenemos la
habilidad de aprender de nuestros errores y el que no aprende lo paga. El
futuro empieza con saber y reconocer tu propio pasado.
El cansancio empezaba a notarse. Las
piernas y sobretodo el estómago unidos en rebeldía, hacían piña para exigir a
su cerebro la posibilidad de un abandono. Aunque, los cuerpos en movimiento,
por la inercia, una vez iniciado este, son muy propensos a eludir la frenada y
posterior parada.
Se despertó bastante turbado. Los
ojos se abrieron poco a poco, para reconocer a su mujer e hijos con cara de
pasmo y desconsuelo. Todavía no sabía lo que había pasado. Sin poder hablar,
con la mirada, pidió una explicación que lo sacara de aquel sopor. Aquella
noche un peatón inesperado, al pasar por el paso cebra lo desequilibró con un
vuelco en el corazón. No hizo falta mucho más que un pequeño apretón
desproporcionado en la maneta del freno trasero, el cuerpo arrastrado y deslizado
por la incesante lluvia se encontró con la señal de tráfico a la altura de la
cintura. Sus piernas no se movían. La médula quedó parcialmente dañada con la
consecuente inacción de extremidades inferiores. Sentado en una silla de
ruedas, era ver el mundo de otra manera. Solo se le ocurrían dificultades,
contratiempos y negaciones. En las semanas y meses posteriores la rutina fue
seguir pasando el tiempo con lo que los profesionales decidían y el desánimo
apetecía. Su estado inmovilista tanto física como mentalmente, desesperaba a
todos los que le rodeaban. La posibilidad de establecer nuevas conexiones en la
médula existía. Solo había que intentarlo, el sacrificio físico estaba detrás
de una posible recuperación.
La pendiente llega a su fin. El
corazón lo percibe exageradamente. El acelerado ritmo cardíaco, aparta un pensamiento
ensimismado en el pasado. Pero el pasado persistente, no lo deja. No fue un
chispazo, más bien una concatenación de preguntas y exclamaciones; ¿y ahora
qué? ¿eso… es todo? ¡Qué voy hacer ahora! Los médicos entendían que había
posibilidades. No fue nada fácil, las piernas no querían responder. Había que
reeducarlas y espabilarlas a base de sufrimiento y dolor. La familia, un apoyo
fundamental por su paciencia y los profesionales por su conocimiento. Un año
después las piernas parecen estar en disposición de una normalidad que le
permite correr con reparos, pero con mucha satisfacción de lo conseguido. Sus
temores y miedos continúan con la idea de que se pueden vencer. Las
dificultades de la vida y su familia, ¡ahí… están!. La vida le dio la
oportunidad de seguir, luchar y vencer. Luchar con el ánimo de que por muy
extraordinario haya sido un episodio de esta y se haya superado, tenemos que
acatar una ley universal, LA VIDA SIGUE.